Ayer nos reunimos con una pareja de amigos, de esos amigos que no viven en el País y de vez en cuando te regalan sus visitas, llenas de orgullo de seguir llevando la Patria en el alma, llenas de ganas de comerse un País que tuvieron lejos y con las ganas de retomar vínculos con gente que llevan siempre en la memoria y obviamente en el corazón.
Las consecuencias son varios kilos más que se llevan puestos, pero en cada uno de ellos recuerdan un momento y nos regalaron uno de esos momentos que engordan el alma con sentimientos que nos regresan en el tiempo y nos enfocan hacia el futuro con planes, con ganas de mantener un vínculo que, si nos damos cuenta, se mantiene sin esfuerzo, como lleva décadas ahí, intacto.
Es ahí cuando toca valorar la presencia de los amigos. Reflexionar el sentimiento que te provoca encontrarte con amigos de siempre, de antes, de ahora, en realidad no es fácil. Cuando uno sale de una reunión con amigos, siente un relajo que, de manera casi desapercibida, nos ha sacado de nuestro día a día y nos ha llenado de risas, recuerdos y absurdas opiniones a veces, en un grupo de gente que no importa lo que digas, sigue siendo tu gente. Sales de esas reuniones listo para empezar otra vez, pero de una manera distinta, con las típicas promesas de seguirnos viendo y seguir en contacto.
No hace mucho, una amiga que pertenece a un centro de estudios por el que pasé y durante más de 30 años no volví a recordar, me encontró y me unió a un grupo de exalumnas. Desde ahí, disfruto del día a día compartido en letras con amigas que casi no recuerdo, pero que ahora puedo sentir. Veo las fotos y ya tienen rostro esas letras y poco a poco siento que estuvieron siempre en algún lugar que ahora puedo ubicar.
Ayer compartí con amigos y hoy siento que esa es la manera de vivir. Pasar por la vida buscando hacer esos grupos que te centran en cuanto a sentimientos y que tienen un espacio, una finalidad y un momento.
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